domingo, 29 de julio de 2012

SEMILLAS-CORAZONES....♥

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Cuentan que hace mucho, pero mucho tiempo, en una estrella situada lejos de la Vía Láctea, la atención de un niño fue cautivada por la amorosa presencia de un anciano de largos cabellos blancos y túnica resplandeciente, que sin mover sus manos creaba en el aire bellísimos mandalas, con finos granos de arena, que emitían una luz muy especial.


Mientras el niño permanecía deslumbrado, observando tal despliegue de creatividad y hermosura, el anciano suavemente se inclinó y escribió, con letra grande y clara: “Potencial”.
Los ojos del niño brillaron intensamente, como si fuesen dos luceros, y su boca se abrió ante la sorpresa de ver escrita la palabra que en sueños se le presentaba y aún no lograba develar.


“Te estaba esperando” le dijo el anciano, mientras hizo una breve seña para que se sentara a su lado, al tiempo que abrió una bolsa aterciopelada color marrón.


“¿Qué son?”, preguntó el niño movido por la curiosidad. “Parecen piedras chiquititas”, comentó.


“Son semillas -le explicó el anciano-, no las conoces porque son creadas para otra realidad. Muy lejos de este mundo, hay un magnífico planeta escuela, llamado Tierra, a donde viajan las semillas para manifestar su potencial”.


“¿Qué significa potencial?, dijo el niño, con premura, queriendo conocer el significado de la misteriosa palabra que lo mantenía preso de la duda.


Sin que mediara explicación alguna, el anciano giró sus manos trazando un círculo dorado. Allí el pequeño vio aparecer un frondoso árbol frutal, que al instante comenzó a comprimirse hasta que su esencia quedó dentro de una semilla.


“¡Guauuuu!”, exclamó el niño.


Al ver su rostro completamente fascinado por lo que acababa de presenciar, el anciano le explicó: “potencial significa que tiene la posibilidad de ser o existir, por eso ahora esa semilla potencialmente es el árbol que recién viste replegarse hasta su mínima expresión”.


“Creo que comprendo –contestó el niño-, la semilla es como si fuese una pequeña valija que protege al árbol y le permite viajar hacia otra realidad, ¿no?”.
“Sí, podríamos decir que así es”, afirmó el anciano.


“Como ya observaste el proceso inverso, ahora tenés la certeza de que de esa semilla únicamente podrá nacer un árbol frutal. Nunca esperarás que se convierta en otra cosa, pues has contemplado su naturaleza interna” agregó el anciano, mientras el viento ondeaba sus vestiduras.


Al ver el interés que mostraba el niño, el anciano continuó explicándole: “Lo mismo sucede con los seres que van a la Tierra. Antes de encarnar, sus espíritus visionan aquello en lo que quieren convertirse, y luego lo repliegan dentro de una semilla roja, llamada corazón, que al abrirse les permite plasmar lo que potencialmente ya son”.
“¿Las semillas-corazones de esos seres se abren solas?”, preguntó el niño.


“Se abren cuando internamente así lo sienten, -aclaró el anciano- pues se trata de un planeta de libre albedrío al que para ingresar deben jugar a ponerse un velo, que les impide recordar lo que en espíritu ya conocen”.


Un tanto confundido, el pequeño retomó la palabra y dijo: “¿Por qué juegan a olvidar lo que ya conocen?”


“Lo hacen para poder sentir eso que intuyen que llevan dentro –le explicó-, pues jugando a ignorar lo que ya conocen pueden nutrirse de innumerables vivencias aleccionadoras, que les permiten desarrollar nuevas habilidades para continuar viajando, por todo el universo, en busca de otros desafíos que los impulsen a evolucionar”.


El niño hizo una breve pausa, para asimilar lo escuchando, y nuevamente preguntó: “¿Ese velo del olvido no podría hacer que esos seres se sientan perdidos o confundidos, y quieran buscar fuera lo que no recuerdan que ya tienen dentro?”


“Sí, eso es lo que muchas veces sucede”, aseveró el anciano. Y al ver que aún perduraba el rostro de preocupación del niño, sonriendo con dulzura le comentó: “No te preocupes, todos están destinados a florecer, pues entre otras cosas cuentan con el sutil auxilio de las corazonadas, las señales, las sincronicidades y la intuición para poder hacerlo. Cada uno se transforma y florece, a su debido tiempo, en la medida en que se anima a respetar aquello que internamente siente que está alineado con su esencia”.


“¿Te gustaría algún día ir de paseo a ese mágico planeta escuela?”, le dijo el anciano.


“¡Claro que sí! -proclamó con entusiasmo el niño-, pues ahora sé que simplemente tendré que respetar mi sentir, para que se abra la semilla de mi corazón y florezca lo que lleve dentro”.


Reafirmando las palabras del niño, el anciano miró en dirección al cielo y enunció un mensaje, dedicado a todas las semillas, que el espíritu del viento prometió entregar: “Nunca nacen rosas de la semilla del bambú, pues no están en su esencia interna, así que no permitas que marchiten tu potencial con deseos generados para desnaturalizarte. Confía y ábrete a tu sabiduría interior, sintiendo lo que potencialmente ya sos, pues fuiste destinada a florecer, para embellecer el jardín de la existencia”.


Cuentan que mientras volvía a contemplar cómo el anciano crear nuevamente sus fantásticos mandalas, con los granos de arena, por lo bajo el niño murmuró: “seguramente se llama Tierra porque es ahí donde las semillas van para abrirse, crecer y florecer”.


La luz, hecha fragancia, que emana esta colorida historia es parte de una ancestral memoria que late en las estrellas y hoy revive en tu corazón, para que en los momentos más críticos sigas confiando en tu floreciente naturaleza interna y continúes esparciendo sensibles gotas de consciencia, vibrando intensamente en la frecuencia del amor.


Julio Andrés Pagano

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